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ROMANCES DE CORAL GABLES: CARMÍN Y ESMERALDA ETERNAS



por JOSÉ MARÍA BALCELLS

(Universidad de León)


Juan Ramón Jiménez, Romances de Coral Gables/ Romances of Coral Gables (1939- 1942), Madrid, Centro Cultural Español de Miami, 2011, 2 vols. Edición facsimilar. Presentación de Ana Adela Ochoa Urízar y prólogo de Alfonso Alegre Heitzmann. Traducción de Maricel Mayor Marsán.


De auténtico hito editorial puede calificarse la edición facsímil de Romances de Coral Gables que, en dos volúmenes, patrocinó el Centro Cultural Español de Miami, y que fue editado en 2011. En el primero de ellos se reproduce la edición príncipe de esta obra, aparecida en 1948 en México la Editorial Stylo, aunque se le añade una presentación, a cargo de Ana Adela Ochoa Urízar, y asimismo un prólogo firmado por Alfonso Alegre Heitzmann. En el segundo se publica el texto en inglés, en versión de Maricel Mayor Marsán, incorporándose también al volumen, igualmente en lengua inglesa, los escritos preliminares ya referidos. Feliz iniciativa ésta de publicar en Miami lo que al lado mismo, en Coral Gables, fue escrito entre 1939 y 1942, si bien la edición original mejicana se demoraría seis años, apareciendo el año en el que Juan Ramón emprendió una exitosa gira de conferencias por Argentina.


Entre las diversas singularidades de la edición,1 destacaré que contiene la primera de las versiones al inglés del texto español, amén de ser una edición suelta del libro, como lo fue en su día la originaria. Resulta de veras importante bibliográficamente este traslado a la lengua inglesa, labor que se debe, como ya se dijo, a Maricel Mayor Marsán. El hecho de que esta escritora cubana resida en Miami pudo motivarla de manera especial para llevar a cabo la traducción de una obra que se elaboró en contextos en los que ella misma vive, y a los que se entrega con toda la energía cultural de que es capaz. A esta motivación que presuponemos habría que añadir un conocimiento más que suficiente del universo lírico y metafísico del escritor andaluz, y ese saber lo tiene también la traductora, que contaba con otro requisito muy necesario para un traslado convincente: el de ser, a su vez, poeta, y con una dilatada y reconocida trayectoria en el campo de la lírica.


Y es que la experiencia que Mayor Marsán atesora como poeta ha contribuido sobremanera en el logro de los plácemes que merece su versión al inglés de Romances de Coral Gables. Porque no se trataba tan solo de pasar un texto literario en verso de una lengua de partida a otra de llegada, sino de acometer una versión digna y condigna, la de una poeta a un poeta, nada menos que Juan Ramón Jiménez, y a fe que la escritora isleña ha salido bien airosa de su difícil reto. El desafío era, ciertamente, difícil, porque no consistía en traducir a un poeta cualquiera, sino al mismísimo autor de Espacio, que en esta obra recuperaba ritmos tradicionales españoles, los romanceriles, en una muestra evidente de la perdurabilidad de una vena popularizante que se registra muy temprano en su obra, y a la que sumerge en una transformación personal muy particular e identificable. Mayor Marsán, tampoco ajena a esta rítmica como poeta, ha acertado en reproducir sus ritmos en inglés de modo extraordinario, en magníficas versiones llenas de armonía y belleza.


En los dos costados


Romances de Coral Gables fue el conjunto más temprano de los compuestos por Juan Ramón Jiménez en tierras americanas. El poeta, en efecto, había salido de España, en el verano de 1936, ignorando entonces que no iba a regresar a su patria, y en sus estancias en Nueva York (un mes), Puerto Rico (dos meses) y Cuba (hasta fines de enero de 1939) no había vuelto a escribir poesía, sino conferencias y reseñas, de modo que fue en Coral Gables precisamente cuando retomó la creación lírica.


Y lo hizo en verso, en un verso de corte tradicional pero estilizado, el que configuran estos romances estadounidenses escritos en una de las ciudades del Sur de Florida colindante con la ciudad de Miami. Allí creó también otras obras poéticas, así como las demás partes de una de sus creaciones más significativas, En el otro costado (1936-1942), y sobre todo el poema Espacio, publicado en 1954, escritura cumbre de su creación literaria, y una de las creaciones más importantes de la poesía universal contemporánea. Con las obras mencionadas deviene una nueva etapa en la obra poética juanramoniana. Es un período en el que la poesía surge como conciencia, una conciencia en la que el poeta profundiza en una realización personal que consiste en recrear espiritualmente la vida merced a una recreación lírica por cuya virtud el yo accede a determinada experiencia sui generis de lo divino.


El prólogo de Alfonso Alegre Heitzmann da información precisa acerca de los lugares urbanos en los que vivió el moguereño en el período cronológico que comprende Romances de Coral Gables, siendo la más importante de las moradas el número 140 de Alhambra Circle, en Coral Gables, en donde recaló tras una estancia inicial en un hotel, y después de un tiempo viviendo en una casa del tipo corriente usado por humildes trabajadores. Uno puede imaginarse al poeta evocando Andalucía y su sol desde Florida, e inclusive al onubense Moguer, con el añadido de que el nombre de la zona donde vivía debió contribuir asimismo a la remembranza de los horizontes nativos.


El propio Juan Ramón dejó constancia de ese lazo cuando, en una carta escrita en Coral Gables y fechada el 25 de noviembre de 1939, le escribía a su amigo Pablo Bilbao Aristegui: “Tenemos aquí una casita andaluza (todo esto ¡recuerda! a Andalucía) blanquísima, limpísima, suficiente.”2 Y ese ligamen se poetiza, como palimpsesto, en el Fragmento Tercero de Espacio, cuando se subsumen dos sures juanramonianos, el de La Florida y el moguereño merced a las blancas garzas de ambas orillas atlánticas: “qué ir llegando tan hermoso a nuestra casa blanca de Alhambra Circle en Coral Gables, Miami, La Florida! Las garzas blancas habladoras en noches de excursiones altas. En noches de excursiones altas he oído por aquí hablar a las estrellas, en sus congregaciones palpitantes de las marismas de lo inmenso azul, como a las garzas blancas de Moguer, en sus congregaciones palpitantes por las marismas de lo verde inmenso.”3


Y a quien conoce Miami y esas latitudes sureñas no le va a suponer esfuerzo alguno coincidir con el poeta en que ahí se experimentan sensaciones de inmensidad, además de poder sentir y contemplar la belleza de las aguas oceánicas desde la playa o desde enclaves privilegiados como Villa Vizcaya, mansión situada en la zona de Coconut Grove, uno de los distritos más antiguos y atractivos de Miami, y que el poeta visitó sin duda, y donde incluso pudo realizar alguna estadía más o menos prolongada, por su amistad con miembros de la familia Deering, en una de las setenta habitaciones de esa enorme mansión de estilo renacentista italiano cuyo trazado y ambiente predispone a evocar las villas mediterráneas más suntuosas. Siendo así, a los lectores de Espacio se nos hace mucho más entendible aquel extraordinario pasaje palimpséstico del Fragmento Tercero en el que en la mente del poeta se funden en un palpitar unísono Sitges y Coral Gables: 4


Sitges fue, donde vivo ahora, Maricel, esta casa de Deering, española, de Miami, esta Villa Vizcaya aquí de Deering, española aquí en Miami, aquí, de aquella Barcelona. Mar, y ¡qué estraño es todo esto! No era España, era La Florida de España, Coral Gables…5


Romances, abstracciones, misterios


Romances de Coral Gables comprende veinte poemas que se ubican en tres secciones, la segunda con un único texto, mientras la primera consta de diez, y la última de nueve. Anecdótico resulta saber que la razón de ese reparto tripartito fue editorial, es decir propuesto al poeta por los editores, ya que de este modo aumentaban en unas páginas más las de un libro que, de no ser así, hubiese tenido menos grosor. Cada sección lleva su propio título, siendo bien escuetas las titulaciones respectivas (“Yo con ello”, “Fuera” y “Ello conmigo”). La obra fue dedicada a Carmen y a Cipriano Rivas, señalando Juan Ramón en la dedicatoria que a esas tan entrañables personas amigas las evocaba “siempre reales ante mí en los hermosos espejismos de la Florida”.


Al estar integrado por una única fórmula versal, la del romance, puede decirse que en este sentido el libro es muy unitario, unidad que también viene determinada por factores de otro rango, y primordialmente por la marca juanramoniana de componer romances en los que se translucen sus estados de ánimo, y en los que se nos transmite su poderosa capacidad de abstracción, y de lograr belleza espiritual y plástica, amén de una atmósfera lírica de misterio. La reaparición de esta fórmula en su obra ha sido leída como “una inocencia última, un final lógico de su última escritura sucesiva en España, poesía pura en verso octosílabo.”6

Los veinte romances llevan título particular, y uno de ellos, el que se titula “Preguntas al residente”, distribuye sus líneas en cinco momentos que se corresponden con otras tantas preguntas. Los poemas de más extensión los situó su autor en la parte tercera del libro y, así, “Árboles hombres” consta de 39 octosílabos, “El más fiel”, de 32, “Preguntas al residente”, de 30, “Ente”, de 26. En las dos secciones anteriores todos los textos están por debajo de estas cifras, siendo los de 12 (“Pero lo solo”, “Este perro” y “Con Iris”) los menos extendidos. Anotaré también que el verso reiterado por seis veces “el poniente de carmín”, en el poema “Carmín fijo”, adquiere alguna de las funciones del estribillo, aun sin serlo propiamente. En su disposición, los romances se presentan fraccionados en bloques a semejanza de estrofas de diapasón barroco que, por lo común, agrupan cuatro versos, lo que resulta habitual cuando el poeta se valía de este tipo de composiciones.7


Aquí y allá de lo eterno


Fundadamente se ha aseverado que Romances de Coral Gables es uno de los conjuntos más herméticos de Juan Ramón Jiménez, lo que no obsta para que más de uno de sus textos sean o parezcan bien inteligibles, al menos en apariencia, siquiera como contrapunto a que en este libro se encuentre más de un poema de desciframiento casi, o sin casi, inasequible a una convincente interpretación del lector juanramoniano más capaz.


El entorno paisajístico de Coral Gables, así como el de Miami Beach, o incluso el de la costa de La Florida tanto en dirección Sur como en dirección Norte, le ofrecieron al moguereño la esplendidez de unas aguas azules a veces de tono esmeralda, y la de diversas clases de vegetación, de arbolado, entre ellas los palmerales y los pinares. Y justamente dos tipos de árboles, las palmas y los pinos, prescindiendo de plantas como el roble y otras típicas de la vegetación subtropical propia de esta geografía, aparecen en estos romances, en más de una ocasión trascendidos desde su realidad fenomenológica y contemplados a la luz de una conciencia sustraída al espacio y que se siente más allá del tiempo.


La palabra del poeta se hacía eco del intento de superar lo perecedero tendiendo a “una idealización paradisíaca, arcádica (también utópica), en su ansia de fundirse con lo eterno…”,8 aunque se trataría de una eternidad distinta a la concebida por la ortodoxia católica, puesto que “Romances de Coral Gables fueron escritos después de la crisis cubana, en que el poeta, recogiendo impulsos vitalistas intermitentes (…) abandona la creencia reencarnativa intentando reemplazarla por una ´eternidad inmanente´ en la tierra.)”9


La concepción de una realidad suprema no contingente, y a la que se ansía acceder, es esencial en Romances de Coral Gables, y se va desgranando a lo largo de la obra, pero algunos poemas la asientan de manera paradigmática, ilustrándola con notoria nitidez, en la sección primera, “Pinar de la eternidad”, composición en cuyos versos el hablante expresa su certeza íntima de que va a poder ir en pos de un pino eterno que le aguarda en un pinar de eternidad, y de que va a llegar a él, que se encuentra en esa luz donde ya todo se indiferencia. Es éste uno de los poemas de más logrado acierto compositivo, pues “Cada estrofa es un eslabón con valor propio, pero ligada a la precedente y a la subsiguiente. Primero el ambiente, luego el modo, después las circunstancias y por último la realización del sentimiento, intuido y expresado como gloriosa plenitud de júbilo.”10 Los pinos son árboles, y el hablante se siente identificado esencialmente con ellos, de los que es también su conciencia. En “Los árboles hombres”, esos árboles ven al hablante diferente sin que lo sea, porque pertenecen igualmente al pinar eterno.


Puesto que en el sentir juanramoniano esta realidad superior y eterna está participada, las cosas no solamente conectan y sintonizan sino que están fundidas con ella, lo que implica que puedan identificarse el aquí y el allí, el arriba y el abajo, el dentro y el fuera, el mundo íntimo y el exterior. Lo supremo es lo alto, ciertamente, pero lo bajo se corresponde con lo que permanece en la más alta altura, como en la composición “Este perro”, que desde su inicio sienta que el can que está viendo es “Este azul de aquel azul,”.


Lo que está allí se hace presencia en lo que aquí está, y lo que arriba canta o arde también abajo. Y lo efímero que vemos alrededor refleja lo que eso mismo es eternamente. El carmín crepuscular sería un paradigmático ejemplo, porque el hablante se siente unido a él porque ese carmín no deja de ser una dimensión del paisaje y, como ellos, el paisaje y su carmín, él también es eterno en el cosmos, pese a que ese carmín solo perdure en su perimundo, no en la realidad esencial, donde perdura siempre, lo que tarde en desaparecer del horizonte:


Este carmín no se ha ido,

este carmín arde allí,

este carmín aquí canta,

no se podrá nunca ir.


En Romances de Coral Gables se afirma la superioridad del yo personal por cima de cuanto existe, en un aserto que, a modo de credenciales de presentación metafísica, se anuncia desde el principio de la obra, por considerarlo sine qua non para comprender ese fundamento filosófico del hablante, un hablante que se siente y se sabe superior comparado con una realidad tan vasta como el mar, en gracia a que puede experimentar la soledad, de la cual las aguas marinas, con toda su dilatadísima extensión, están privadas. Lo leemos en el primero de los textos, “Navegante”, de “Yo con ello”:


Yo soy más grande que el mar,

doy en la nada mi cabeza,

solo yo vivo en el luto

de la soledad sin mengua.


Y si uno de los factores de ese saberse y sentirse por cima de las cosas, ejemplificadas en el mar, acabamos de leer que se sustenta en el hondón de soledad, enlutada la suya, otra vertiente no menos capital para percatarse y vivir esa superioridad la constituye el hecho de que el yo, en virtud de su inteligencia,11 puede imaginar y, al hacerlo, es capaz de trasladarse, a diferencia de las cosas, a un pretérito, a un futuro devenir, a la nada y a más allá de la nada misma, prescindiendo del ente físico que la alberga, como se inquiere casi al cabo de esa sección primera del libro, y al término de “Mas allá que yo”, no debiendo olvidarse que el hablante no da solución alguna en el poema a las sucesivas interrogaciones que revelan sus incertidumbres, las cuales se translucen también en otros textos, así en “Con tu piedra”, o en “Preguntas al residente”, prevaleciendo en el espíritu, sin embargo, una conciencia de perdurabilidad que puede ser la respuesta afirmativa a estos versos:


¿Más allá que yo en la nada,

más allá que yo en mi nada,

más que la nada y más que el todo

ya sin mí, más, más allá?


“Anadena de Bocarratón


Muy curioso resulta que en el centro del libro, dividiéndolo en dos, y como único texto de la sección “Fuera”, se haya situado el poema “Anadena de Bocarratón”, poema que pudo incluirse aquí por estar referido a un pretexto inspirado en una realidad foránea a la ciudad de Coral Gables. Ocasionó acaso ese poema una visión anecdótica que experimentaría el escritor en su visita a esa ciudad emplazada hacia el norte, en las orillas atlánticas, y que pertenece al condado de West Palm Beach.


“Anadena de Bocarratón” es una composición “traviesa, misteriosa, extraordinaria”,12 y reviste gran singularidad en el conjunto del libro, pues el hablante se dirige, primero, a un tú que es un ave, en concreto un ánade que se encuentra en completa soledad, preguntándose si será tonta, porque lo único que se le ve hacer es saltar, caerse, ir de aquí para allá, de allá para aquí, sin compañía. Luego se dirige a un segundo tú, a un animal de la misma especie, pero macho, para instarle a que vaya en pos de esa hembra solitaria, a la que por último vuelve a dirigirse otra vez para que también acuda al encuentro del pato anterior, instándola a que, si puede, vuele en su busca.


¿Para qué? Hemos de imaginárnoslo los lectores, y en su virtud traigo a colación la llave a veces maestra del panerotismo cósmico, que implica a lo humano pero lo sobrepasa, y que se declara al final de “Por dos yeles” (“sol, amor, alta presencia,/ allí y aquí, de luz grande.”), expresándose en “Pero lo solo”, que así comienza:


La palma acaricia al pino

con este aire de agua;

en aquel, el pino, el pino

acariciaba a la palma.



 

1 Las destacábamos en nuestra reseña aparecida en la revista Lectura y Signo 7 (2012), 345-347.

2 Juan Ramón Jiménez. Guerra en España (1936-1943). Introducción, organización y notas de Ángel Crespo. Barcelona, Seix Barral, 1965, 220.

3 Juan Ramón Jiménez. Espacio. Edición de Aurora de Albornoz. Madrid: Editora Nacional, 1982, 51-52.

4 Para estas correspondencias, véase José María Balcells. “Juan Ramón y Cataluña”, en AAVV. Estudios sobre Juan Ramón Jiménez. Edición de Pilar Gómez Bedate. Universidad de Puerto Rico, Recinto Universitario de Mayagüez, 1981, 185-193.

5 En la citada edición de Espacio, a cargo de Aurora de Albornoz, 37.

6 Cf. Graciela Palau de Nemes, Vida y obra de Juan Ramón Jiméne, Madrid, Gredos, 1957, p. 308.

7 Cf. María Isabel López Martínez, Métrica y otros rasgos del canto popular en la obra de Juan Ramón Jiménez, Cáceres, Universidad de Extremadura, 1992, p. 177.

8 Antonio Carreño, “Juan Ramón Jiménez y el romancero. Romances de Coral Gables”, en Cuadernos Hispanoamericanos nº 376-378 (1981), p. 797.

9 Isabel Paraíso de Leal, Juan Ramón Jiménez. Vivencia y palabra, Madrid, Alhambra, 1976, p. 233.

10 Ricardo Gullón, Estudios sobre Juan Ramón Jiménez, Buenos Aires, Losada, 1960, p. 168.

11 Su coetáneo Ramón Pérez de Ayala escribió una idea similar en su artículo “Laudator temporis acti”: La grandeza humana no es computable en volumen. El hombre toca con la frente las estrellas, pero es a causa de su inteligencia, que no de su estatura.” Cf. Obras completas. III. Las máscaras. Política y toros. Edición de J. García Mercadal, Madrid, Aguilar, 1966, p. 795.

12 Así la adjetivaba Francisco Giner de los Ríos en su prólogo a Voces de mi copla. Romances de Coral Gables, p. 29.

 

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